La Antártida, un santuario natural de hielo y belleza, está sufriendo un "boom" turístico que podría ser su sentencia. Lejos de ser un destino remoto y poco visitado, el turismo en el continente blanco se ha disparado. En la última temporada, más de 122.000 personas pisaron sus tierras, una cifra que representa un aumento considerable respecto a años anteriores. Muchos lo llaman "turismo de última oportunidad", una tendencia preocupante que busca visitar un lugar antes de que el cambio climático lo modifique para siempre.
Pero este aumento de visitantes no es gratis para el ecosistema. La presencia de barcos, helicópteros y generadores está dejando su marca. Ya se ha encontrado carbono negro en la nieve, lo que hace que se absorba más calor del sol y se acelere el derretimiento. Además, cada turista genera una huella de carbono enorme, comparable a las emisiones anuales de una persona en un país desarrollado. La cosa no para ahí, científicos españoles han detectado el virus de la gripe aviar en la fauna local, lo que demuestra que la bioseguridad del continente está en riesgo.
El problema de fondo es la falta de regulaciones obligatorias. Actualmente, la industria se "autorregula" con directrices voluntarias, como la limitación de 100 pasajeros en tierra a la vez o la prohibición de desembarcar desde barcos grandes. Sin embargo, estas normas no son suficientes para el volumen actual de visitantes. Las proyecciones más conservadoras apuntan a que el turismo podría triplicarse en una década, lo que haría el problema aún más grave.
La situación es también un espejo de la desigualdad global. Viajar a la Antártida cuesta entre 15.000 y 100.000 dólares, un privilegio solo para el 1% más rico del mundo. Paradójicamente, son precisamente estas personas, con sus estilos de vida de alto consumo, quienes más contribuyen al cambio climático. Las consecuencias, como el aumento del nivel del mar, las pagarán desproporcionadamente las comunidades más vulnerables del planeta, lo que convierte a este tipo de turismo en un modelo insostenible no solo a nivel ecológico, sino también ético.
